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La Historia Comienza Por El Arte Tanto como Yo Con El Sorprendente Abrigo de un soñador en un Subterráneo Desabrigado
Por John M. Kennedy T.
Febrero 15, 2009
Por John M. Kennedy T.
Febrero 15, 2009
Introducción o toda una impresión
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Comentarios: No tengo ninguno acerca de este “TúTubo”
Viajaba por los túneles subterráneos de Nueva York, creo que a pesar del tiempo transcurrido aún hoy me puedo recordar la "letra" de la línea, sí era el tren “F”. Yo lo esperaba en Manhattan, en esa oportunidad iba a visitar “Coney Island”. Cuando después de esperar un rato en la estación pacientemente, entro al vagón normalmente, como siempre lo venía haciendo, o sea sin esperar nada sorprendente. Veo que el vagón estaba casi lleno como solía estarlo siempre, pero sorprendentemente logré adueñarme de un asiento de algún modo. Una vez bien sentado, levanté la cabeza… en ese instante, aquel pequeño cuadro de lino, que llevaba conmigo para pintar en la playa ese día se convirtió, en la impresión de la "expresión" de lo que estaba viendo en ese instante.
Me impresionó todo, el color nauseabundo de ese abrigo de lana curtido como los cueros, las manos que se agarraban nerviosamente de aquel abrigo maltrecho, como las de alguien que no quiere caerse a un precipicio muy hondo; podía imaginar y hasta sentir el dolor que pasaba por esas venas a los sueños o pesadillas de aquel hombre. La angustia de su posición cabizbaja y “eccehómica” (neologismo, i.e., parecido, o relativo, a un eccehomo) mientras más miraba, más me daba cuenta del sufrimiento de ese hombre, y más me comprometía con el cuadro, que comencé ipso-facto a pintar. “Felizmente tenía agua, y mis acuarelas conmigo,” pensé; pero además, yo también portaba lápices y lapiceros de colores.
En cada una de esas paradas, anunciadas todas previamente por el conductor con una voz muy monótona y cansada. Por supuesto, nadie parecía ponerles ninguna atención o cuidado, a todo esto se sumaban los chirridos producidos por aquellos frenos del demonio que que se peleaban con esos rieles metálicos; era extraordinario y muy “asfixiante” aquel ruido, era como una presión instantánea que te reventaba la cabeza y que después de unos segundos cesaba; en cada parada las cosas eran iguales, sin embargo, aquel hombre del abrigo era un soñador empedernido y, no despertaría por nada. Él no se movía, parecía una estatua de Aguste Rodin, sólo que roncando. En cada uno de esos ronquidos, yo creía oír la expresión de una queja en forma de aullido. Era una estampa del más mísero capitalismo.
Un Tropel de Rostros Asquerosos con Asco
Inmediatamente después de unos segundos espeluznantes llenos de ruidos provenientes de la fricción de aquellos fierros, durante todas esas susodichas paradas, especialmente estruendosas, de aquel tren, se abrían paulatinamente hacia los lados aquellas puertas, gradualmente iban como moviéndose al compás de la "melodía" ruidosa que proponían los mecanismos desengrasados de aquella máquina defectuosa y sin corazón, salían pocas personas y entraban en tropel muchas en cambio.
Todas esas cabezas miran angurrientos por los pocos lugares vacios que aún quedaban dentro de ese medio de transporte de masas en masa que parecía una pasta de ojos, orejas y dientes. Una vez que esas “cabezas” se percataban de aquel “soñador del subterráneo” que subterráneamente dormitaba allí, una cara asquerosa llena de asco espantoso como un sello se posaba en sus rostros con los mismos gestos como lo hace uno cuando va de visita forzosamente a algún toilette público y muy de vez en cuando. Lo único raro era que todas las caras parecian, aún siendo un tanto diferentes, que hacían roboticamente las mismas muecas y como que miraban con las mismas sospechas por todos lados y a cualquiera. Después de aquel ritual digno de un mimo, se apartaban lo más lejos posible de aquel hombre, sí el que yacía ahí sin hacer más que dormir. Alrededor del soñador y a pesar de estar el vagón lleno de gente, quedaba un aire dentro de un espacioso lugar reluciente en un halo cavernoso y trasparentemente vergonzoso que emanaba de aquel asiento, que justamente quedaba al lado de aquellas compuertas de ese tren. El hecho que se repetiría religiosamente en cada parada y que junto con aquellos ruidos me llevarían con aquel abrigo del “soñador” y tantos otros rostros desconocidos, por aquellos eternos rieles del abismo citadino y la fatiga de la conciencia. ¡Cómo todo esto se ha empeorado mucho más!
Definitivamente, nunca disfrutaría ese día de la susodicha y famosa montaña rusa instalada en la “Isla Coney”, ni tampoco comería aquel tradicional, autentico y original “hot-dog” o salchicha del Nathan’s, no me dio hambre tampoco; todo lo contrario soñé kafkianamente que yo me había convertido ya en ese hombre, y después de terminar de pintar el cuadrito desperté temblando temiendo mucho más aún en que yo podría llegar a ser como todos aquellos transeúntes híbridos, subrepticios y; subterráneos del tren “F” a quienes ya no les importaba el dolor humano, mas todo lo contrario, les daba asco.
Los túneles eran los intestinos martianos (de don José Martí) y yo estaba siendo expulsado hacia un cloaca infinita llena de estos seres intraterrestres nuevayorkinos; ahora recordando lo citado desde este "futuro", veo que mis preocupaciones no eran infudandas, eran precogniciones realistas, pues las realidades que se ven ahora son diametralmente peores de las que se veían por aquella época.
El Cuadro Que Pintaría Algún día y Que Todavía No He Comenzado a Pintar
De repente la voz angelical de una señora anciana me despertó o, más bien, me sacó del todo de mi ensimismamiento, lamentablemente ya habían pasado muchos años desde aquel día en que pinte al “soñador” aquel y a su abrigo.
En un muy delicado y, bien educado inglés, con acento francés haitiano, al ver mi cuadro, ella me dijo, “Ese cuadro me gusta mucho, se parece al estilo de un famoso artista francés, tú tienes que pintarlo más grande, por que el dolor de los hombres sin familia y sin hogar es infinito y nunca tiene parada, ni espera, ni tampoco llegada…”.
Ahora es que despierto dentro de mis pesadillas, sueño con pintar ese mismo cuadro; ha pasado más de una década ya, y no encuentro ni al mismo vagón, ni a aquel hombre, o tampoco a alguien sentado de la misma manera o forma similar, ni esperanzas ya tengo de admirar aquel abrigo, sólo me queda mis recuerdos y aquel pequeño cuadro que pinté en un lienzo.
Yo, por otra parte y, para agravar aún más las cosas, ya no soy el mismo, ni aunque sea me parezco a aquel que pintó ese cuadro. Ahora, aunque ya está ese caballete gigante armado, de unos 2.5 x 1.2 metros, envuelto en buen lino y listo para bregar con las brochas, esperando ser saturado de pigmentos; sí pues, completamente dispuesto y bien blanco está eso allí esperándome, con varias aplicaciones, de capas verticales y horizontales de yeso, algo lo he pulido también; mas, yo no puedo, ni me atrevo a levantar las manos para “pegarle”, en todo lo blanco, las emociones de aquel momento de aquella tarde de otoño o de invierno, en la que “felizmente”, es que pienso que fue un evento feliz por lo verdadero y real de aquellas sensaciones, vi a un ser humano durmiendo…
"Ya lo pintaré", me tranquilizo a mi mismo, "cuando lo pinte", me advierto a mi mismo. Sigo con "El Arado" y me digo ojalá que me den las fuerzas, pues yo aunque soy el responsable total de mis actos cuando se trata de pintar y de mis pinturas necesito del "input" tanto externo, como interno o de ambos al mismo tiempo. Tengo de alguna manera que sufrir, amar o reír o vivir mucho, y todo esto sin fingir, para comenzar cualquier cuadro. Es ahí, en esos momentos, en que realmente acaban, para mí, todas las técnicas porque con esos combustibles no me hacen falta, ni la perspectiva, la proporción, ni las teorías de luz y de las sombras. Así, [yo] veo todos los colores, siento todas la formas humanas e inhumanas; me recargo con la información acumulada en alguna parte de mi alma y, descargo todo lo que puedo llegar a ser en esos momentos. En medio de la batalla, algunas veces hago un reposo. Trato de seguir lo cánones que impartieron Apeles o Fidias, y las divinas proporciones de Vitrubius (Marco Vitruvio Polión), pero se me presentan en el recuerdo los trazos de Paul Gauguin y Van Gogh, esto acaba por fin en una consulta cósmica, con aquellas formas medio cubistas e impresionistas del otro Paul, es decir, Cézanne.
De Pinturas los Riñones
De Pinturas los Riñones
Siento que hago de las pinturas mis riñones y; así continuo por horas, hasta desfallecer….o hasta que alguien se acuerda de mi existencia y me hace el favor de llamarme al mundo de los rostros y actitudes.
Bueno, lo confieso sin ánimos de disculpas, pero es así y así es, a mí me cuesta mucho pintar, y por eso nunca pensé dedicarme por completo a la pintura, como que no lo hago, pues yo creo que ya yo hubiera acabado conmigo mismo de esa forma; pero tampoco puedo dejarla, sólo descanso, y huyo de ella pero al final vuelvo. Por más fea que haya o hubiera quedado alguna “obra”, yo la admiro, la celebro, la amo y la quiero; lo hago modestamente, pero me agrada compartirlas y también aprender de otros artistas, pero siempre busco aislarme para encontrarme a mi mismo, especialmente para cuando me encuentre al frente de algo que verdaderamente me impacte, como aquel día cuando iba en camino a “Coney Island”.
La Historia de la Historia Comienza con el Arte
Sé lo que cada una de las pinceladas han significado y significan para mí. Pero es más, me alegra porque de algún modo cada una de estas obras son expresiones espontáneas que demuestran [a los skinnerianos, conductistas, y ahora, a algunos re-republicanos del momento] que el arte es la misma expresión y la prueba más fehaciente de que el hombre y la mujer son libres. Por ejemplo, la historia no comienza, al menos para mí, con la escritura, sino más bien con las obras pictográficas, inscritas en los petroglifos, o en los dibujos rupestres que datan de hace más de 10,000 años antes de nuestra era, como son esos dibujos tan enigmáticos del pueblo aymará de Chichillapi en el altiplano del Perú, localizados a unos 4,300 metros sobre el nivel del mar, en el santuario de Kelkatani. La palabra Kelkatani significa casualmente "piedra escrita". Lo mismo pasa con el arte rupestre español, como el de las cuevas de Altamira y; el de “El Pendo” o, con muchas otras, que están localizadas por todas partes del mundo.
El pre-historiador Emmanuel Anati afirma que existen más de 45 millones de pinturas y otras obras rupestres recopiladas desde unos 170,000 yacimientos que se han descubierto en 160 países diferentes. Esto es una evidencia más, que el destino del hombre esta ligado íntimamente a su necesidad de crear y de expresarse, de idear, representar, simbolizar, e interpretar tanto su mundo, interior y, exterior como su mundo social.
El pre-historiador Emmanuel Anati afirma que existen más de 45 millones de pinturas y otras obras rupestres recopiladas desde unos 170,000 yacimientos que se han descubierto en 160 países diferentes. Esto es una evidencia más, que el destino del hombre esta ligado íntimamente a su necesidad de crear y de expresarse, de idear, representar, simbolizar, e interpretar tanto su mundo, interior y, exterior como su mundo social.
Conclusión
El arte es el amor a la expresión más clara de la libertad. Es signo e insignia de nuestra humanidad misma. El arte caracteriza, la voluntad más libre y sincera que pueda sentir y ejercer un ser humano a través de toda su existencia y, en cuanto a las civilizaciones, pues a todo lo largo de sus historias.
JMK◙NYC
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