En un día lluvioso del año 1970 en Lima, me contaba mi padre entregándome la primera parte de "La Crónica [General] del Perú" escrita a mediados del siglo XVI y que se publicó por primera vez en Sevilla allá por el año 1553, que en el año en que yo nací [él] leyó de casualidad, como de pasada, un poema que le impresionó mucho porque le hizo recordar a su propio padre, me llegó a decir que aquel poema había sido escrito por un poeta joven, y poco conocido por aquel entonces, llamado Pablo Guevara. Yo al nombre de ese poeta nunca lo había escuchado anteriormente.
Me dio ese libro, que aún conservo con mucho cariño, con el ademán de que pesaba bastante y con sumo cuidado sin decir una sola palabra expresó mirándome: "Esto es más precioso que el mismo oro". Yo recibí el libro con sorpresa y mucho miedo que hasta ahora conservo y es por eso que trato a ese libro con toda delicadeza.
A pesar que por ahora vivo lejos del Perú y que he andado por varios continentes siempre me ha acompañado este libro de alguna manera. Es casualmente con esta crónica ambiciosa que Pedro [de] Cieza de León inicia, al entender de muchos historiadores, lo que hoy es y se reconoce como la cultura peruana. Mi padre lo sabía muy bien. Pero es también sobre el poeta, o sea Pablo Guevara, que escribo, un poeta que parece no es muy conocido hasta la fecha de hoy, o que su obra no ha sido difundida de acuerdo a sus méritos e importancia; pueda ser que me equivoqué, pero algo parecido está pasando con Martín Adán; se están olvidando de algunos poetas importantes, solamente le hacen caso a los que ya están muertos, y parece que eso les conviene a las casas editoriales de alguna forma. Además es triste el mísero valor y utilidad que la socidad presta o le concede a la poesía actualmente en esta era y en este mundo robótico de la información. ¿Pero qué es lo que realmente quería mi padre? Mi padre me dejó un legado, como quien le diría a uno, lee y aprende de los anales históricos, de las fuentes primarias de información; analiza y establece tus propias inferencias y conclusiones a través de un estudio que tienes que realizarlo con mucha paciencia y muy cautelosa y neutralmente, como tiene que ser necesariamente toda investigación racional y válidamente lógica.
Él estableció en ese momento [en el que me entregó el libro] un "hipertexto" que se enlazó y entrelazó de muchas profundas maneras formando parte de mí, engrandeció mi respeto y motivó un amor sano por mi patria, por su historia, su gente, pero más que nada sobrepusó a la poesía y al arte sobre todas las demás transformaciones naturales y culturales. Colocó a la poesía también muy dentro de mi ser y me la hizo sentir como una conversación cósmica que sin explicar nada te hace, en una sensación, entender tu existencia toda: Como a la injustica y a sus aparentes triunfos; o a la maldad y a su constante buena y cobarde fortuna; o al amor, imbuído con alguna clase de odio; y a la vejez, con su lamentable dulzura llena de dolores en soledad; o a la muerte, la eterna compañera del silencio tétrico pero penosamente verdadera.
Fue un momento que ha perdurado y que reverberará siempre desde lo más profundo de mi ser hacia muchas otras partes, es un hecho y ya está hecho. Aquel instante fue muy emocionante y es emocional, nos emocionamos tanto que entre mi padre y yo formamos una mirada a través de la cual, aún ahora, miro para poder observar lo que quiero comprender bien.
[Mi padre al darme de esa manera ese libro y al contarme acerca de ese poema] Sembró todo tipo de sentimientos empáticos, me dejó zurcos profundos en mi memoria, huellas poéticas e indelebles en mi mente. Es así que después de muchos años y habitando en otro continente leí por fin algo de Pablo Guevara y sin saberlo, de casualidad, como de pasada, me causó mucha... demasiada impresión.
El otrora poeta peruano, aquel de la época de los 50s más cercana al 60, leía yo en esa oportunidad, que fue totalmente inesperada, que en una entrevista él habría explicado la tarea de un poeta más o menos tal y cual como yo la he llegado a entender, o como la vivo, expreso, y siento, tal vez de la misma manera como la descifró Ezra Pound, quien fue su mentor y maestro de este vate peruano, es decir, Guevara Miraval entendía que el oficio del poeta es: "... ser cronista, testigo del modo de ser y de actuar de un pueblo en una circunstancia dada."
Extrañamente me estremecí y creí entender el mensaje de mi padre, entendí que quizás Pedro [de] Cieza de León habría sido virtualmente un poeta, y que Humán Poma y Garcilaso también lo habrían sido en un modo muy histórico e importante... Que hay poesía entre las páginas de la historia interpretada. No sé si a Pablo Guevara se le considera, hoy por hoy, postmoderno o si siquiera se le considera como se le debería realmente hacerlo, pero para mí Pablo Guevara Miraval es como un aza-puente y de él me asisto, me valgo y me sostengo, para entender lo ecléctico y antológico de mi búsqueda, entonces me veo que algo comparto con él y con otros artistas de esa misma generación peruana del 50, como Julio Ramón Ribeyro, Carlos Germán Belli, Jorge Eielson, Blanca Varela, y otros. Así es que me "muevo" y "renuevo" con esa clase de energía integral e integradora pero muy aisladamente [como quien tiene miedo de ser contagiado] y si ninguna expectativa o motivación comercial.
Mi búsqueda tiene y es Pathos, Ethos y Logos. Es lírica, épica, dramática, y bucólica; es llama u oveja, posee pelos en la lengua y lana en la piel, soy del trauma su trama y su urdimbre; mi vida es una maldita comedia entre hambre y sed, de lágrimas, angustia y risas a mucho pesar por lo cual pido disculpas pero me he ganado esa libertad.
En todo caso la primera obra de Pablo Guevara Miraval fue publicada en Madrid en el año 1957, él tenía a la sazón de 27 años, y se intituló: "Retorno a la Creatura". Luego vino, "Los habitantes" que se publica primero en Madrid en 1963 y dos años más tarde, por fin, en Lima, y "Crónicas Contra los Bribones" (1965). Les siguen, "El Hotel Cuzco y otras Provincias del Perú" (1971), y "Un Iceberg Llamado Poesía" (Lima, 1998), que es una obra que incluye otros títulos más, como: "La Colisión", "En el Bosque de los Hielos", "A los ataúdes, a los ataúdes", "Cariátides", "Quadernas, Quadernas, Quadernas" (Lima, 1999). Finalmente, sus amigos y compañeros más cercanos lograron publicar un libro que llegara a escribir Pablo ya cerca de sus últimos días, "Hospital".
A continuación presento y comparto un poema de Pablo Guevara Miraval, que me hace recordar lo grande y original de los poetas y así mismo a la poesía netamente peruana, pero más que nada a mi querido padre Don Roberto Kennedy, que es quien me supo motivar para emprender mi búsqueda, quien con sus enseñanzas y ejemplos, me conscientizó acerca de la preponderancia del arte en nuestras vidas para que se merezcan ser humanas, y más que nada de la suma importancia que tiene la poesía para poder sobrevivir dignamente ante las vicisitudes que nos ofrece el destino. Entonces, para aquellos que no han tenido la experiencia de leerlo, o para aquellos que lo recuerdan, aquí un poema, de las "Crónicas contra los Bribones - El Poder de la Palabra", escrito por un poeta peruano importantísimo para mí como lo es, para mencionarlo nuevamente, Pablo Guevara Miraval
Mi Padre
Tenía un gran taller. Era parte del orbe.
Entre cueros y sueños y gritos y zarpazos,
él cantaba y cantaba o se ahogaba en la vida.
Con Forero y Arteche. Siempre Forero, siempre
con Bazetti y mi padre navegando en el patio
y el amable licor como un reino sin fin.
Fue bueno, y yo lo supe a pesar de las ruinas
que alcancé a acariciar. Fue pobre como muchos,
luego creció y creció rodeado de zapatos que luego
fueron botas. Gran monarca su oficio, todo creció
con él. La casa y mi alcancía y esta humanidad.
Pero algo fue muriendo, lentamente al principio;
su fe o su valor, los frágiles trofeos, acaso su pasión,
algo se fue muriendo con esa gran constancia del que mucho ha deseado.
Y se quedó un día, retorcido en mis brazos,
como una cosa usada, un zapato o un traje,
raíz inolvidable quedó solo y conmigo.
Nadie estaba a su lado. Nadie.
Más allá de la alcoba, amigos y familia,
qué sé yo, lo estrujaban.
Murió solo y conmigo. Nadie se acuerda de él.