Thursday, November 27, 2008

Lo Que Nos Traen Los Recuerdos: La Interesante y Curiosa Carta de Segundo Quebrado

Mi amigo Leopoldo Francisco Cosío
La canción de Santa Lucia interpretada por Caruso
(Solamente música de fondo)



Hábito era el sobrenombre de Leopoldo Francisco, un privilegiado en todo caso, él debería ser unos dos años mayor que yo, bueno, digo que debería ser mayor pues era siempre más alto, fornido y cursaba estudios por lo menos en dos grados superiores a los míos. Además también ocurre que él ya no está acá, en este mundo, al menos, en forma material, pero come ves, de algún modo, sí sobrevive en mis memorias y a colación de una muy curiosa carta: La de "Segundo Quebrado", es que ahora lo retrotraigo a esta página para recordarlo como es debido. Él era toda una promesa que dejó de existir a muy temprana edad, poco más o menos, cuando él tenía 13 y yo unos 11 años; incidentalmente, él muere en una de esas excursiones que nuestro colegio realizaba al campo una vez al año.

En cada uno de esos paseos escolares la algarabía de los muchachos era, como es de esperar, extraordinaria. La energía parecía que se desbordaba por esas loncheras de metal muy liviano, y desde las cuales se olían aromas muy especiales y apetitosos. Para mí era fácil reconocer el olor que despedían las butifarras, con esa salsa de cebolla que encubría aquel bendecido jamón del País. Al susodicho jamón lo logré encontrar después de casi 15 años o algo parecido de estar asiduamente buscándolo. Lo encontré finalmente [acá] en Nueva York en una tienda de embutidos de origen polaco. Ellos también lo llaman igual, pero no se acercan todavía a darle ese sabor del jamón del País que se vende en el Perú. Por ejemplo, en España suelen comer el jamón serrano, todo rojo él. La primera vez que lo vi como que no me resultaba muy provocativo o apetitoso, pero ya ven al último con un café con leche bien caliente y un buen "copito" de aguardiente, aunque claro está el aguardiente es hecha con agua y no es como Pisco de pura uva, pero de todas formas como que queda bien ese pan con ese jamón serrano.

Bueno, aquel día de la excursión, todos estábamos listos incluyendo aquel, el que siempre era el más entusiasta de todos nosotros para esas ocasiones, es decir Leopoldo; y así también varias clases se unían para formar un batallón de ocio y entretenimiento formada para gozar a toda costa de esa oportunidad. Usualmente cada clase contaba con unos 56 alumnos y por cada grado académico habían por lo menos cuatro secciones: “A”, “B”, “C” y “D”, así que ya se pueden imaginar, por lo menos se tomaban unos cinco de esos buses amarillos escolares de aquella "flota invencible" para transportarnos a todos, los excursionistas.

La alegría era intensa y los juguetes abundaban y se intercambiaban a placer en aquel recorrido rumbo al campo, los profesores por mientras durante el recorrido nos hacían cantar canciones alegres hasta que al fin llegábamos a los sitios bucólicos y después nos desplazábamos por los parques de recreación mayormente a nuestro libre albedrio o parecer y bajo la mirada de una muy mínima supervisión de parte de los profesores. ¿Qué cosa podría pasarles a los muchachos, allí en ese campo abierto? Pensarían los supervisores de aquel paseo, es más nunca pasó nada y aunque sí eran precavidos, porque llevaron medicamentos apropiados para suministrar en un caso dado los primeros auxilios, ellos también querían que sus niños gocen dentro del máximo libre albedrio posible un esparcimiento sano en un día de paseo y recreo.

Pero cuando volvimos, a la formación ya para regresar a casa, o sea a formar la famosa y llamada "fila de a uno" todos estábamos enterrados hasta las coronillas de lodo y tierra, re-sucios y sudorosos, cansados pero esa vez también llenos de pavor por haber visto a la muerte por primera vez en la cara más angelical de todo el colegio. Habíamos presenciado la eternidad en el silencio rotundo de esa maravillosa voz que solía cantar para todos nosotros en las conmemoraciones más especiales del colegio.

Nuestra escuela era una escuela enorme, una de las más grandes de Lima, estaba conformada por unos tres mil estudiantes desde transición hasta el último grado de la educación secundaria. Nuestro tema, de los profesores, administradores y estudiantes, o sea  nuestra interpretación favorita de Leopoldo Francisco era, “Santa Lucia”, él la sabía cantar en Italiano de una manera muy particular y exquisitamente.

Era él, el otrora vivaracho “habito” y fortachón, el que ahora yacía en una camilla improvisada con un color rosa-amarillento muy pálido, muy enigmático, cuando en otras ocasiones relucía con un cutis como el de un tomate de terciopelo, de lo reluciente y fulgurante que siempre se veía él; mas en ese momento estaba completamente inerte.

Ya no éramos aquellos que cuando estábamos todos de pie, allá en los pabellones del colegio nos deleitábamos escuchándolo a hábito. Cuánto nos emocionaba por lo bien que entonaba las canciones y por ese dramatismo que les imponía con esa extraordinaria vibración de sus cuerdas vocales y aquel particular timbre de voz. No sabíamos que cosa era más especial en Leopoldo Francisco, pero sin duda, él era un fenómeno y, tanto alumnos como profesores, apostamos de seguro a que él iba a ser un [Enrico] Caruso Peruano en un tiempo no muy lejano al de aquel entonces.

Pero "ahora", allí estaba reposando Leopoldo Francisco, ante mis ojos asombrados, él aparecía yerto y, yo con mis ojos empozados en lágrimas sólo veía el polvo de un futuro incierto y una nostalgia suma resonando por mi memoria, y así su voz invadía mi imaginación apoderándose totalmente hasta de mis huesos. Así allí a pesar de que en algún instante siento que algún maestro me jalonea para que no lo siga observando a mi amigo ya desvanecido, yo no podía volver a la realidad, me seguía transportando más y más, muy dentro de mí, como no lo hice nunca jamás, hasta que me convertí en un autista contemplativo por mucho tiempo y no era para menos…

A Leopoldo le pusieron la “chapa”, o sea el apodo o seudónimo, de “hábito”, porque siempre todos los años su devota mamá, que lo quería mucho porque además de ser su único hijo, Leopoldo era muy carismático e inteligente, lo vestía con el hábito del Señor de Pachacamillas, el Cristo Moreno, es decir, El del Señor de Los Milagros. Ella, como toda madre, sólo quería proteger a su hijo contra todo mal . Este es el hábito más famoso y popular del Perú; se le reconoce fácilmente puesto que la procesión del "Señor de los Milagros", que toma lugar en Lima y ahora en muchos lugares del mundo, inclusive en Nueva York, atrae a una millonada de gente, que usan ese mismo hábito, de color morado para cumplir con sus votos por aquella venerada imagen o por algún milagro que se les ha cumplido, muchos como Leopoldo llevan el hábito puesto por dos meses previos al mes de Octubre. Claro, en una procesión por la noche, casi todos estos hábitos parecen de lejos como si fuesen luces de neón, son tan morados como lo es nuestra mazamorra y una de nuestras chichas predilectas, la chicha morada. Esa es la ocasión para degustar anticuchos, turrones, especialmente los de "Doña Pepa" y los biñuelos, entonces, también es gastronómica la procesión, ¿qué en el Perú no lo es?

Tanto el mes es morado como morado también fue para mí y para algunos de mis compañeros el dolor de enterarnos que cayó Leopoldo Francisco desde lo más alto de una montaña empinada, al rodar fatídicamente cuando bajaba sin miedo, en picada y a toda velocidad por aquella falda de ese cerro y así en esa bajada en carrera toda atolondrada y fatal debió [él] dar un mal paso para caer tras haber tropezado aparatosamente contra alguna piedra o algo sobresaliente. Hábito dejó de existir aquel mismo día, de su agonía, aunque no la vimos, mis compañeritos y yo fuímos los testigos involuntarios. Murió Leopoldo, un niño,  en ese paseo escolar del año del "Señor de los Milagros" del año de 1968, exactamente hace cuarenta años atrás. No fue un exactamente un milagro....todo lo contrario. Es para mí una tragedia difícil de aceptar hasta estos mismos instantes.

Cómo no lo voy a recordar a hábito, yo, si él fue el que me enseñó, casi a trompicones, a ser de la “U” y no del Alianza Lima. [Ahora y con lo mal que está el fútbol peruano, no soy de ninguno de los dos, ni de ningún otro equipo.] Cómo no voy a recordarlo a él, si Leopoldo Francisco, vivía también en el Rímac, allí cerca de un fuerte destinado a entrenar a los tropas del ejercito, o sea para realizar ejercicios militares, era casualmente adonde yo me "zampaba" para entrenar [jugar] como un soldado con tanta llanta, soga y tronco que habían puesto allí. Los guardianes se hacían a veces los de la vista gorda pero el sitio era inmenso para poder vigilarlo bien, y así es que nosotros nos metíamos a nuestra regalada gana allí y según nuestra voluntad.

Qué vida tan emocionante era ir aquel sitio y jugar a la guerra de día en uno de eso sabados, pero no lo hicimos nunca de noche, porque aparte que no nos dejaban en casa, nos daba miedo por la huaca que queda en las cercanías del lugar. Después nos íbamos justo a las espaldas, del "polígono", así le llamábamos al fuerte, allí quedaba el famoso club del Sporting Cristal, ¡qué tiempos!

Hábito y yo, disfrutábamos de aquellos sitios y mataperreábamos en nuestras bicicletas por todos lados "habidos y por haber". "Ahora" yo estaba tocando la puerta de su casa, para, me dije yo, dar el pésame oficial a la familia de mi mejor amigo. Aquel que fuera el hogar de hábito se convirtió de súbito en algo surrealista ante mi vista; bien repentinamente, se me abre aquella puerta y escucho gritos, gritos exorbitantes, dantescos, escalofriantes; siento que la sangre se me congela de golpe y por unos segundos veo los ojos completamente rojos, y espeluznantes de la madre de Leopoldo Francisco, casi yo no la reconozco, me dio ganas de correr en esos momentos y yo lo hubiera hecho pero... ella a jalones reconociéndome y empujándome me lleva hacía la sala, específicalmente al ataúd, al cuarto fúnebre, a ese lugar especialmente arreglado para velar los restos del quien en vida fuera mi mejor amigo y ex-compañero de escuela.

Muchas plañideras estremecían más aún aquel espectáculo con sus quejidos agónicos, y yo ya alucinaba de tanto temor que todo esto me producía a pesar que todo el ambiente mayormente resplandecía pálidamente desde aquel color blanco de ese féretro infantil adornado con motivos florales muy raros. Yo no atinaba y no sabía si estaba en la tierra o en el purgatorio, o quizá en los mismos infiernos, y así reticentemente, yo obedecía a aquella madre quien me sujetaba nerviosamente la cabeza al mismo tiempo que me agarraba de los brazos, proyectándome la cara hacía esa ventanilla fría y abierta de aquel ataúd de marfil misterioso, que por su color parecía confundirse con el humo que provenía aparentemente de unos sahumerios o qué sabía y sé yo, pues había muchos señores ahí, unos fumando puros y otros consumiendo cigarrillos; todos ellos parecían como los trenes de sierra botando nada más que humo. Mas ese intenso olor era asfixiante.

Con la tensión del momento yo podía oler hasta el agua bendita y sentir como todas las miradas en aquel cuarto se empozaban nada más que en mí y que me quemaban todo el cuerpo. Eran aproximadamente las diez de la mañana, pero parecía como si estuviéramos viviendo en una madrugada cuajada dentro de las mazmorras de algún castillo de Transilvania. Todos me miraban, algunos de aquellos ojos eran de furia, otros de impotencia, y parecían preguntarme por qué no había sido yo el que estaba muerto. Yo me ruborizaba por no acertar con el más adecuado comportamiento de respuesta ante semejante situación tan extraña y nueva para mí, y pues me ponía rojo de vergüenza y todo me daba más miedo aún. Sí, quise y sentí pedirles disculpas por no haber sido yo el muerto y allí mismo lo deseé [estar muerto] con todo mi voluntad, y clamé a Dios para que resucitara a Leopoldo, mas todo fue inútil, él siguió allí sin moverse y hasta ahora espero que me vuelva a sonreír como cuando nos poníamos a jugar en aquel entonces.

De pronto, surge un espasmódico grito que me saca de mis casillas nuevamente y a mí se me escarapelaba más la piel del cuerpo, así que con los ojos cerrados como toda una gallina, oía a esa adolorida madre que me decía, ¡Abre tus ojos y mira como a quedado tu amiguito! y así ella toda histérica seguía soltando crepitaciones de dolor que yo hasta ese momento nunca había escuchado y no las he escuchado, ni las quiero escuchar, jamás. En un momento aquella madre cobra una fuerza que la siento en el fondo de mi alma y con esa energía epiléptica y temblorosa, me comenzó a alzar en peso para facilitarme la vista hacia la cara del cadáver de mi amiguito, repitiéndome al mismo tiempo, ¡él va a ir al cielo… él está ahora en el cielo.. Pero ya nunca más estará conmigo! … ¡Junto a mí! ...

Como el "bloglector" se puede imaginar para un niño, esta escena es muy impresionante; y así perdurará en mí constantemente, y se quedó grabada para siempre en mi memoria, es decir quedé jodido de por vida. Comencé a preguntarme una serie de cosas raras desde aquella vivencia, acerca de la religión, de la existencia, de por qué hay tantas creencias en la vida acerca de la muerte. Comencé a leer libros que precisamente no eran parte de la escuela y desde allí nunca he parado de pensar en el más allá y en el más acá.

Leopoldo era el único amigo de la escuela que vivía como yo en el Rímac, y sólo porque su padre era militar, sino yo hubiera sido el único; todos vivían en otros lugares, para mí era una tortura, ¿para qué quería yo estar en esa escuela después que el único amigo que tenía había muerto? ¿Y, qué clase de amigo?, me preguntaba con mucha preocupación. Es que él, hasta ahora lo pienso, es irremplazable, y hasta estos días no he conocido a nadie con esa vitalidad e inteligencia.

Leopoldo Francisco era por cierto el primogénito y el único hijo de aquella familia, y sobretodo y más que nada era encantador, tenía una personalidad muy magnética y como ya lo mencioné, era dueño no solamente, de un talento pero de varios, todos sumamente especiales. El era un virtuoso y, pues por serlo, era también muy admirado. Su aprovechamiento escolar excelente y así era bienvenido en todos lados, era el escogido del colegio, la misma cara y figura del alumno ejemplar, y para nosotros pues un adalid que merecía muchísimo respeto. Mas así se fue aquel amigo que hizo tanto por mí, siempre quería hacerme partícipe de sus grupos y actividades. Él fue el que me enseñó la importancia de la aventura y el de tomar riesgos, aunque fatalmente a él le terminaría, esta actitud muy suya, por costarle su propia vida.

Era él, aquel, que desde muy temprana edad tampoco le rehuía a ninguna materia de estudios por arduas que fueran, ni siquiera las matemáticas le daban miedo; dicho sea de paso, en aquel entonces, para atraernos a ellas los profesores, le llamaban "matemáticas modernas", ¿qué cosa era? pues algebra y la teoría de conjuntos mejor expuesta por los diagramas de John Venn and Leonhard Euler; sin embargo y para hacer un acápite, al conocimiento de las ciencias y la filosofía que resultaron de mi interacción con y por la tragedia de Leopoldo Francisco, Q.E.P.D., hubo otro impacto o cambio que surgió en mi vida pueril; desde aquel instante que él murió, dejé de jugar al fútbol para siempre, dejé de andar con aquel “manchón”, y aunque me aceptaron y pertenecí por necesidad a ciertos grupos, siempre desde aquel instante preferí, como lo prefiero aún hasta ahora, ser un individuo, ser independiente de todo credo o conveniencia social, política o religiosa. Como que me gusta estar en desventaja, ser un Quijote y no me importa perder, pero amo competir, aún es lo que aprendo lo que más me importa.

Me encanta cada vez, que al leer la historia de las ciencias y la filosofía, encuentro como el enfrentamiento, entre una muchedumbre y el juicio de tan sólo una persona, es superado por el uso de la razón de ese individuo; y me encojona mucho, que por la equivocación de una masa uniforme y sin pensamiento propio se le haya cortado la cabeza a Antoine Lavoisier por ejempl; que ya hay demasiados casos de estos, aún en estos días más abundan todavía. Estar solo y ser individuo tiene siempre ventajas como desventajas, si te equivocas, te equivocas sólo tú y no jodes a nadie con lo que decides o piensas, y además si ganas puedes compartir con los que quieras y quieran, lo que quieres; que para eso lo ganasteis tú.  En el caso de las sociedades y las culturas como en la historia de las civilizaciones, por lo que he visto, siempre cambian los vientos políticos, acullá las espadas espartanas yacen roídas en el recuerdo de una pasada y tal vez vana gloria, allí las bombas en Irak, remecen junto a los prestamos los cimientos de la economía del país más poderoso del mundo, mientras yo, como lo ponía Luis de Góngora y Argote:

Ande yo caliente,
y ríase la gente.
Traten otros del gobierno
del mundo y sus monarquías,
mientras gobiernan mis días
mantequillas y pan tierno,
y las mañanas de invierno
naranjada y aguardiente.
y ríase la gente

 
Así como se me fue tan de repente Leopoldo, desde muy temprano se nos van los buenos, y los mejores compañeros en nuestra vida. De ese año fatídico de 1968, me queda la “Carta de un Matemático a su Enamorada”, casualmente, es hábito que me la lee un año antes de su accidente, y a ambos nos fascina, vendrían otras búsquedas más esotéricas y exigentes, pero esta curiosa carta, que a continuación abajo transcribo, rompió el hielo y el miedo que le teníamos a las matemáticas. Justamente todos los amigos y familiares asistieron a una misa que en su honor se realizó en la capilla del colegio. Luego publicarían una fotografía que muestro en la parte superior de esta página electrónica, que es precisamente la foto de Leopoldo, cuando hizo su primera comunión pero esa vez lo hizo con otro hábito, y así también imprimen esa carta de "Segundo Quebrado", aquella carta que tanto le gustaba a Leopoldo Francisco leer en voz alta y tanta risa nos daba, la publicaron en el mismo álbum para la memoria escolar de ese año académico.

Para ti mi querido recordado y estimadísimo compañero, desde aquí, en esta tierra de explosiones asesinas humanas, de tantas injusticias, a pesar de todas mis equivocaciones, te dedico mis memorias con mucho cariño y respeto, amigo de correrías infantiles, de risas y trompadas, de estudios y carnavales de disfraces con globos y baldes llenos de agua, de mariposas, lagartijas, de cantos y de trinos, para ti, eterno y venerado amigo, tú mi pequeño sabio maestro desde que eras un niño, Leopoldo Francisco Cosío.

Leedla esta carta por favor querido "bloglector," y piense en alguna amistad infantil; en el descubriendo de los misterios de la vida a través de nuestras experiencias impensadas e inocentes... [No sé quién fue el autor de está carta "matemática" la encontré precisamente en el álbum escolar de 1968, como también la foto de Leopoldo]


Carta de un Matemático a Su Enamorada
 
Querida:

He notado que de un tiempo a esta parte, nuestro binomio anda como una línea quebrada hiriendo perpendicularmente lo más hondo de mi corazón. Estoy dispuesto por ello a resolver el problema y despejar la incógnita de tu amor.

He venido observando que la división de tus sentimientos no marcha paralelamente con el amor que te he trazado, a lo que hay que sumar tu ingratitud multiplicada a la taza de confianza que como constante me demuestras. Como quiera que mi amor ha ido en creciente, me veo en la obligación de restar del total de mi cariño, el dividendo que concierne al radical de tus antojos.

Debo aclararte que he dado con un axioma que revela claramente que la mitad más uno del amor que tú me tienes, está en relación directa al interés por mi capital, y que el tanto porciento que de ese amor me toca no cubre los sumandos que por ti he desembolsado.

Después de igualar a cero la ecuación de tu proceder, llego a la conclusión que ha sido de segundo grado mi locura y que he estado efectuando las operaciones indicadas embobándome en el paréntesis de la duda, y que al no estar tus sentimientos en razón directamente proporcionales a los míos, creo que debemos atenernos al resultado y eliminar el común denominador del binomio que habíamos formado.
Quiero que comprendas, pues, que el producto de esta operación está en el resultado de la división que hay entre nosotros, originada por la diferencia de nuestros caracteres que trae como consecuencia la desigualdad en el coeficiente de nuestras opiniones.
Es evidente que la ecuación bicuadrada originada por nuestros pleitos, se hubiera resuelto fácilmente elevando al cubo la primera de nuestras decisiones, pero siempre quedará la incógnita.
No es pasable tampoco que exista, además, un rival; un rival que contribuye a formar el eterno triángulo del que resulta: tú la hipotenusa y nosotros los catetos.

Por ello es que, escapándome rápidamente por la tangente y saliendo del círculo trigonométrico en que participan tus amistades, te digo simple y llanamente que ya que no puedo contar con tu cariño como un total entero, no quiero que des de él una fracción decimal.

Segundo Quebrado

P.D. Para tu conocimiento te diré, además, que tu mamita es, y será siempre, el eterno común divisor de dos quebrados que quieren multiplicarse.

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